lunes, 25 de abril de 2016

PALABRAS DE MARIO BUNGE EN ENTREGA DE DOCTORADO HONORIS CAUSA



MÍ RELACIÓN ACADÉMICA CON COLOMBIA:
MENSAJE DESDE MONTREAL CANADÁ

Por Mario Bunge
Investidura Doctor Honoris Causa
Universidad del Valle
Santiago de Cali, Colombia
25 de abril de 2015

Me da mucho gusto obtener un Doctorado Honoris Causa de la Universidad del Valle, de Cali. Lamento no poder viajar por motivos de salud. He ido tres veces a Colombia, mejor dicho a Bogotá, y las tres veces he vuelto encantado por tres motivos:  primero, porque es el único país latinoamericano donde se habla buen castellano, donde se respeta la lengua, es uno de los grandes legados que tenemos; el segundo, porque los colombianos tienen merecida fama de ser muy atentos y bien educados, a diferencia de nosotros los porteños, los argentinos, que solemos ser groseros y en todo caso no tenemos los buenos modales de los colombianos; y en tercer lugar, porque Colombia tiene la suerte de tener a COLCIENCIAS, que en otras partes se llama CONICET, Consejo Nacional de Ciencias y Tecnologías.  La gente de COLCIENCIAS, con quien yo he tratado, me ha parecido muy razonable, muy emprendedora y progresista. Ante todo, saben que hay una diferencia muy grande entre la ciencia y la tecnología, en nuestros países hay que desarrollar ambas; ambas están muy atrasadas. 
En todo el imperio colonial español las ciencias y las técnicas eran despreciables. Pero COLCIENCIAS no solamente impulsa las ciencias básicas, en donde se trabaja por curiosidad, sino también las técnicas. Tiene el famoso instituto de investigaciones tecnológicas, que ha hecho innovaciones interesantes, que se llama Las Gaviotas, tiene fama en todos los países de América latina.
Recuerdo una innovación que se hizo en Las Gaviotas, es un dínamo que funciona con saltos de agua de apenas un metro de altura, es una novedad. Es el único país del mundo, creo, donde hay tales dínamos que dan luz y fuerza a una pequeña finca de modo que se puede ver de noche y se puede accionar pequeños aparatos eléctricos. Ese es uno de los tantos logros de COLCIENCIAS. Otro logro es que ha importado investigaciones de punta, lo que es muy difícil en nuestros países debido a esa tradición bárbara, premoderna, que quiere hacer creer que las únicas profesiones dignas, que son ejercidas o no, son las no manuales; es decir, nada de talleres, nada de laboratorios. Y COLCIENCIAS ha intentado superar ese atraso y lo ha logrado en alguna medida, pero todavía falta mucho por hacer. Sobretodo hay que convencer a la gente, y no solamente a los dirigentes sino también al público, de que el desarrollo científico y técnico es parte del desarrollo de una nación moderna.  Que una nación sin ciencia ni técnica es bárbara, no es una nación moderna, completamente al margen de la modernidad; y, para peor, han aparecido, en el curso de los últimos años, los posmodernistas, los posmodernos, que son contrarios a la ciencia y a la técnica. Simplemente porque son mundos modernos, odian la precisión, odian la claridad, elogian al sensacionalismo, a la fenomenología y a las seudofilosofías oscurantistas.
En todo caso, COLCIENCIAS hace lo que puede, pero lo que puede no es mucho porque, justamente, hay que vencer esa tradición bárbara y no es muy fácil porque hay que empezar por la escuela primaria, hay que empezar por enseñar ciencias bien, desde la escuela primaria, donde hay que instalar laboratorios y talleres. En lugar de enseñar tanta historia y tanta geografía, como hacían con nosotros en Argentina, en mi patria, habría que enseñar a los chicos a coser, a cocinar, a hacer trabajo de carpintería, hacer arreglos en la casa, arreglos de albañilería, de carpintería, de electricidad, etc. Habría que modernizar, en una palabra. En eso los norteamericanos son muy buenos. En cada casa con garaje, en Estados Unidos, dedican el garaje a un pequeño taller donde la gente, muchachos y adultos, hacen trabajos manuales, saben manejar las manos.
He tenido la suerte de tener relaciones muy estrechas con dos científicos colombianos: uno, el psicólogo [Rubén] Ardila, es un psicólogo muy activo, fundador de la revista latinoamericana de psicología; y el otro es un neurocientífico, el doctor Rodolfo Llinás.  Ambos estudiaron en Colombia, pero Llinás, además, ha sido profesor, y es profesor, en los Estados Unidos. Nos hemos peleado, amistosamente, por algo muy importante que es el cerebro.  Rodolfo Llinás cree que el cerebro es una máquina, tanto es así que yo le puse el mote máquina y él no se enojó, tendría que haberse enojado, tendría que haberme dicho: yo no soy una máquina, yo tengo libre albedrio que me permite algo que yo quiero, soy creador, no soy una máquina, no funciono con programas que me enchufan. Pero no, él cree que realmente nuestro cerebro son computadores. En todo caso, con él es muy fácil discutir en forma amable porque tiene esa cortesía tan colombiana.
Es un hombre muy notable que vale la pena conocer, por ejemplo es aviador, esquiador, maneja muy bien su iphone, es una persona de conversación muy interesante. Ardila es otra persona muy cordial, muy afectuosa, muy simpática. Ardila no cree que nuestro cerebro sea una computadora, simplemente no le interesa el cerebro. Es un conductista que cree que todo lo que hacemos son respuestas a estímulos exteriores. Desde luego, estoy completamente en desacuerdo con esa visión que me parece totalmente anticuada. El cerebro tiene actividad propia, lo sabe cualquiera que se pone a dormir y sueña. El cerebro sigue funcionando aun cuando no reciba estímulos exteriores.
En todo caso, en Colombia hay voces. Ah!, también estaba el doctor Carlo Federici. El doctor Federici, matemático, tuvo que irse de Italia cuando  surgió  el fascismo porque él se dedicaba a la lógica matemática. Los fascistas habían puesto como ministro de educación y ciencia a Giovanni Gentile, un filósofo hegeliano, que como buen hegeliano odiaba las matemáticas, y en particular la lógica matemática. Obviamente, el que sabe de lógica matemática se ríe de los disparates de Hegel. En  todo caso, Federici quedó varado en Colombia, donde hizo escala, muy respetado. Pero se necesitaba dar cursos, cuando él llegó a Colombia no había gente que quisiera estudiar matemáticas, que quisiera hacer doctorado, tesis, en matemáticas. Después las cosas cambiaron. En todo caso, Federici era una persona muy progresista, muy emprendedora que llegó a Colombia a una rama dura, pero daba muchos cursos y estimulaba a la gente.
Una vez, estando en Bogotá, me invitaron a una reunión con el director de COLCIENCIAS, Fernando Chaparro, un hombre muy extraordinario, muy dinámico. Chaparro había convocado a una cantidad de científicos, no filósofos, y les propuso que organizaran la Sociedad colombiana de filosofía de la ciencia para alentar el estudio de las ciencias y, en particular, la filosofía y la historia de las ciencias. Entonces, ahí mismo armamos el esqueleto de la sociedad colombiana de filosofía de la ciencia o epistemología. Estaba también el doctor Fernando Rosa y Federici, ellos fueron los principales impulsores. Me invitaron a dar una conferencia en la Academia de Medicina, recuerdo, un domingo por la mañana; la biblioteca, por cierto, era chica pero hermosa, el local estaba lleno de gente joven. Se trataba de los grandes aportes de la neurociencia a la tecnología y al final, desde el fondo, oigo que me gritan: Mario, ¿qué es el amor? Me tomó completamente desprevenido. En aquella época a veces les interesaba el amor, decían que les interesaba el sexo, pero no sabían absolutamente nada ni sobre el amor ni sobre el sexo. Pero cuando éramos jóvenes leíamos las obras de Freud creyendo que eran manuales de sexología. En todo caso, me tomó desprevenido, pero recordé que hacía poco, como explicó una norteamericana, que había sido la primera en estudiar experimentalmente el amor en monos: el amor materno, el amor filial, el sentimiento del amor. Tema, como digo, muy descuidado, a pesar de que somos movidos en gran parte por amores y por odios. En todo caso, me causó una buenísima impresión que la gente tuviera la curiosidad. Un saludo a todos los alumnos a quienes he dictado cursos en la Javeriana, en universidades de Colombia y en otros lugares de Bogotá. En fin, con esto termino y les agradezco, nuevamente, el honor que me hacen al doctorarme. Naturalmente, con ese doctorado no van a poder alargarme la vida, pero lo acepto con gratitud, como muestra de afecto y de aprecio. Es el número 21, tengo 21 doctorados Ad honorem, con eso me basta. Entonces, hasta la próxima.




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